miércoles, 31 de mayo de 2017

MARÍA LUISA FUENTES MELIAN, EN EL RECUERDO



Fotografía en color del amigo desde la infancia en la calle El Calvario de La Villa de La Orotava; Juan del Castillo y León, el cual acompaña a María Luisa Fuentes Melían, en la Romería de San Isidro correspondiente al año 2010.

El amigo de la infancia de la calle El Calvario de La Villa de La Orotava; JUAN DEL CASTILLO Y LEÓN, remitió entonces (2009) estas notas: “...El lector pensará que me estoy refi­riendo a la célebre infanta María Luisa de Borbón, duquesa de Montpensier, que regaló a Sevilla, a la que adoraba, una parte importante de los jar­dines de su palacio de San Telmo: 400.000 metros cuadrados. De ahí el nombre del mundialmente conocido parque hispa­lense. Otros, amiguetes míos pensarán, malévolamente, que voy a escribir de una archivera que padecí, en mi época de Cul­tura. Se creía la virreina de la biblioteca. Por eso, yo bauticé a la dependencia con el nombre de Parque de María Luisa.
No, amigos. Mi María Luisa, de la que escribo temblorosamente casi, más con el sentimiento que con la cabeza, es una prima mía que nos dejó a las puertas del otoño, justo el día del Cristo de La Laguna. Guapa, simpática, sociable, siempre con una palabra amable para quien se trope­zara; que rubricaba con una sonrisa tras­parente. Una de las estampas más recon­fortantes del paisaje urbano de La Orotava, en mi niñez, era aquella chica tan espectacular, del brazo de Eutimia Rodríguez-la Timita de mi generación, la Mima de las niñas - bajando por Los Tostones, con enormes tacones, dando serios trope­zones. Alta de todo: de estatura, de miras, de sensibilidad, de virtud. En suma, res­pondía por el nombre de María Luisa Fuentes Melián (La Orotava, 1933-La Laguna, 2009).
Pertenecía a una familia de la antigua aristocracia local. Los Fuentes venían de Vilaflor; y los González de la Isla Baja, emparentados con los cimeros Bethen­court y Castro (dato facilitado, como tan­tos del artículo, por otro primo, el historia­dor Antonio Luque). Estirpes que han dado al país nombres importantes: Ber­nardino González (+ 1874), uno de mis popes, a quien la memoria popular recuerda todavía con este dicho: "don Bernardino, barbas de macho, por cuatro cuarto, ató a un muchacho"; Cayetano Fuentes, primer ingeniero de Caminos, Cánales y Puertos de la Villa y autor del 'plano del Valle de Orotava'; Fernando Fuentes Acosta, secretario del Ayuntamiento, fac­tótun de la visita a la Villa, en 1864, de don Enrique de Borbón, lo que recogió en una memoria. Su nombre se perpetúa en una recoleta plaza de la Villa de Arriba, donde hoy se ubica el pintoresco busto de Rómulo Bethencourt con su enorme cachimba de quita y pon; Saturio Fuentes
González, patriarca de una saga de botica­rios que continúa con el mismo nombre­ su oficina de farmacia funciona desde 1879 - , y consejero del primer Cabildo, en 1913; su abuelo materno, el acaudalado Pedro Melián Hernández (La Habana, 1879-La Orotava, 1962) que compró a Gabriel Pimienta y Ríos, en 1908, la Casa Azul, la casona más emblemática del entorno; y en fin, su padre, Isidro Fuentes Perdigón (La Orotava, 1899-1962), juez de Adeje e Icod de los Vinos, dejando en ambos sitios una estela de caballerosidad, como me comentaba, recientemente, mi amigo el doctor Pedro de las Casas. Y con sabrosa anécdota.
La tertulia nocturna del Casino de los Caballeros necesitaba, a diario, tocar la luz del patio central para que se encendiera. Sólo alcanzaban a la bombilla los herma­nos Fuentes: Isidro y Pedro. Una vez al lle­gar el Vizconde pregunta al tío Isidro: ¿Te toca encender? y el interpelado contesta: Hoy le corresponde al notario. Éste era ele­gante pero canijo por lo que recrimina al papá de María Luisa: Isidro, ¿Le he ofen­dido yo a usted alguna vez?
María Luisa estudió en el Colegio de la Milagrosa. Luego la pusieron interna en La Asunción donde duró tres días. Moraba a La Orotava y a sus inseparables amigas: las primas María del Carmen y Conchita, Paquita, Loreto, Lolita, Vilita... Sus atracti­vos eran un imán para los pretendientes. Recuerdo a dos. Guillermo Olózaga que luego se casó con la hija del general Mez­zián. Esa es otra historia. Y el pintor grana­dino Carlos Jiménez Herrera. Vino por un mes y se quedó un año.
Arrastrada por la tía, la guapetona de la familia se fue a Madrid de secretaria de Pedro de la Barreda, en la Clínica de la Concepción. En la Villa y Corte conoció al que fue su marido, José Luis Díez Taladriz (La Magdalena, León, 1931). Un vocacio­nal estudiante de arquitectura y antiguo alumno de los jesuitas, en Areneros, lo que imprime carácter. Se casaron, en 1962, por todo lo alto. Es decir, en el Parador de Las Cañadas. Tuvieron tres hijas - Mavi, María Josefa y Victoria - ayer brillantes estudiantes y hoy competentes farmacéu­ticas, siguiendo la tradición familiar por ambas ramas.
Después de estar de aquí para allá, por fin y despacito Taladriz levantó su casa en los llanos de la Paz. Tiene algo de construcción romana de  columnas de hórreo, rodeada de escaleras de caracol. La nota autóctona es la cubierta: simula un som­brero de paja del traje típico de La Orotava.
Dos botones de muestra del señorío de María Luisa. Mis tíos, los Barreda lucían en su casa madrileña un soberbio óleo sobre lienzo, de la alfombra orotavense de los Monteverde, datado en 1951, obra del pin­tor gaditano Ángel Romero Mateos (Cádiz-1875-Santa Cruz de Tenerife, 1965), discípulo de Sorolla. Los due­ños siempre me decían que el cuadro seria para mí: Juan Antonio, la pintura debe estar en Canarias y tú eres pintiparado el ade­cuado para conservarla. Al morir los tíos, se lo dije a los familiares más cercanos y se limitaban a fruncir el ceño. Hasta que un día, en la piscina del "Tigaiga", le saco el tema a María Luisa. Me comenta que se acordaba perfectamente de la promesa: la repetían los dos siempre que ibas a comer allí. A los pocos días, el cuadro estaba en mi casa. Tras ser restaurado por Silvano Acosta, hoy enriquece mi modesta pinaco­teca. Por supuesto, lo colgué en el corre­dor.
El otro detalle es cercano. La última salida de mi prima fue a mi casa a la última Romería. Apenas podía caminar, veía con dificultad, en fin la muerte ya había hecho presa en su corazón. Pero fue tan prudente al saber que yo, este año, con la que está cayendo, quería pocos invitados, que no me dijo que la trajo su hija Fefa para que se quedara, sino que la dejó recogiéndola al anochecer. Eso es prudencia, discreción, clase. Contrapunto de lo que me ocurrió con un ex ahijado - el ex está de moda: ex novio, ex pareja, ex compañera sentimen­tal- que allanó -en sentido penal-la casa con una comparsa de rondones... En fin, el niñato treintón presume de tener muchas campanillas; yo no le conozco otras que las de la perrita de la abuela...
Volviendo a María Luisa, tuve esporádi­cos contactos con ella en los últimos días. Una tarde del julio marinero del Puerto de la Cruz que bajé a La Paz a acompañar a María Rosa Alonso - vive el siglo casi en una residencia vecina - me acerqué a su casa. Le llevé unas frutas pues la diabetes que padecía le impedía comer dulces. Y el 25 de agosto, festividad de San Luis, rey de Francia, como todos los años, la felicité. Estaba ya yo malo y la llamé haciendo de tripas corazón. En suma, la añoro desde que se fue profundamente. Ejercía tam­bién de fan literaria mía, pendiente siempre del corredor. Y muchas Noches hablá­bamos largamente por teléfono. De lo divino y de lo humano. Ella me contaba desde los ficus trenzados que le habían regalado sus yernos, los Martínez, hasta de los chismorreos de sus nuevas amigas portuenses: la eternamente joven y guapa Julita Ríos, Lola la de "Tobogán", como ella la bautizó -: apasionada de la fe Bahai. El punto final de la charla, casi siempre, era una maldad mía. Como ésta: "¿Qué tal tu cuñado Ángel? ¿Te amenaza con venir?
A los amigos, los escoge uno, a la familia no, es el adagio como dicen en Cuba - isla a la que, familiarmente, tan vinculada estaba -, María Luisa Fuentes no era mi prima, ni mi confidente. Era mi hermana.
Acaso, por eso, me siento, ahora, desarropado, inseguro, solo...”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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