sábado, 24 de junio de 2017

DE LAS FIESTAS LOCALES A CHUCHO DORTA



El amigo del Puerto de la Cruz: MELECIO HERNÁNDEZ PÉREZ, remitió entonces (2013) estas notas que tituló; “DE LAS FIESTAS LOCALES A CHUCHO DORTA”: “…Las fiestas religiosas más que las civiles son caldo de cultivo para promover y preservar tradiciones y costumbres, si bien muchas de ellas han experimentado transformaciones o perdido su sentido originario, siendo las menos las que aún se conservan íntegras; mientras, otras surgen consecuentes con la contemporaneidad animadas por el comportamiento de la sociedad. El turismo, el comercio y su puerto, en otros tiempos de gran actividad, y los deportes, han generado nuevos hábitos en la vida cotidiana. También la pluralidad de credos y las celebraciones festivo-religiosas, han sido el preludio en la innovación de diversas manifestaciones populares, que, en su conjunto han servido para ampliar las expresiones culturales y sociales.
Antiguamente las fiestas más notables y lucidas del Puerto, entre otras que se han borrado del calendario festivo, principalmente las populares que tenían por escenario los barrios, amén de las advocaciones que se rendían especial culto y veneración en los siglos XVI y XVII, se centraban en la Cruz o Fiesta de Mayo, Gran Poder de Dios, Semana Santa, Corpus Christi, e incluso la pagana de los Carnavales de gran tradición e historia significativas.
La fiesta de la Cruz es una de las de mayor tradición y la más importante desde la perspectiva histórica por su carácter cívico-religiosa, que se conmemora cada 3 de mayo como fecha fundacional. Es copatrona del municipio con la Virgen de Ntra. Sra. de la Peña de Francia, titular de la parroquia matriz, siendo tradición que la citada escultura fue donada por el regidor Antonio Lutzardo de Franchy a principios del siglo XVII y que tal como señala A.R.A. (Programa Fiestas Ntra. Sra. Peña de Francia, 1953) es ” una preciosa imagen de media talla cuyas características nos hace suponer sea de escuela italiana y por quien se sintió, en otro tiempo, una gran devoción y cuya fiesta, como en el presente, se celebraba el día 15 de agosto de cada año-- coincidiendo por lo tanto, con la Patrona del Archipiélago, Ntra. Sra. de Candelaria--, con una romería popular a la cual concurrían miles de personas de todos los puntos de la isla para acompañar a la Stma. Virgen en su largo recorrido procesional”.
De no menos valor artístico, fervor religioso, historia y tradición es la Virgen del Rosario, siglo XVII, costeada por la Hermandad del Santísimo Rosario, que no sólo atraía a devotos del Valle de la Orotava, sino también a vecinos de La Esperanza que, cada año, llegaban cumplidores con la promesa contraída por sus antepasados “quienes comenzaron a organizar romerías, las cuales acostumbraban a venir el día 15 de octubre de cada año a rendir homenaje a la Virgen del Carmen del Realejo Bajo y desde allí bajaban a este Puerto, tañendo sus instrumentos y bailando sus tajarastes al mórbido compás de la flauta y el tambor. Hacían su entrada en el pueblo cantando aires regionales y danzando por las calles hasta el templo parroquial. Allí oían misa y entregaban sus donativos de cera y de dinero a la devota imagen del Gran Poder de Dios, y por la noche se dirigían al Convento de Dominicos a cantar una salve a la Santísima Virgen del Rosario. Dicha salve que cantaban los romeros era antiquísima y fue encontrada en el año 1849 por el señor Don Aquilino Tavío quien sacó copia de ella (pues el original estaba inservible) que aún se conserva. La Romería estaba integrada por gentes de diferentes clases sociales, aunque desde luego abundaban los de condición más humilde, y al oír el canto de la Salve y ver sus típicas danzas acudían en masa los habitantes de este Puerto”. (Antonio Ruiz Álvarez, La Tarde, 24.02.1950). Afortunadamente, esta antigua tradición se ha rescatado del olvido y hoy sigue siendo realidad la tradicional ofrenda de los esperanceros a la Virgen y el canto de la Salve, que tiene lugar, como antaño, durante la festividad en honor de Ntra. Sra. del Rosario.
La fiesta de la Cruz renueva cada año la tradicional ofrenda con el reverdecimiento de las cruces enramadas. Al prioste le correspondía organizar y financiar la misma. Portador de su báculo de plata presidía en la iglesia y procesión al alcalde y demás miembros del ayuntamiento, sucediendo otro tanto el jueves santo. Cuenta Álvarez Rixo en sus “Anales” que en 1782, siendo el prioste de la fiesta” el Capitán de Mar don Manuel de Armas y al tiempo de ponerse en el banco (de la iglesia) ocupando el primer lugar, el Alcalde Real (don Guillermo Mahony) le tomó por el brazo y le quitó de allí diciendo: que aquel puesto correspondía al Juez. Y aunque Armas alegó la costumbre que creía era privilegio, no hubo remedio. Alteróse la concurrencia y el clero resistió salir con la procesión a la calle, por causa de esta civil innovación. El señor Alcalde en alta voz les multó con cincuenta ducados; y entonces salió dicha procesión, más no el Prioste quien prefirió retirarse a su casa. Elevóse este negocio a conocimiento de la Real Audiencia y de hecho lo ganó el Alcalde, cuya real provisión se halla en el protocolo más antiguo del Ayuntamiento. Desde esa época los señores Alcaldes han honrado al Prioste dándoles el lugar inmediato a ellos. La gestión de Mahony sin una previa insinuación a un vecino pacífico y honrado, es lo que merece tacha (alcaldada del XVIII)”. Se conserva la tradición de la famosa“ traca “ (fuegos en cadena a ras de suelo) de la calle de Santo Domingo, mientras que la antigua y ritual costumbre de disparar salvas de cañón a su paso por el muelle ha desaparecido.
En tiempos más recientes las cruces con derecho procesional eran objeto de celebración. Además de los actos litúrgicos y los fuegos de artificio, se complementaba con las consabidas luchadas, carreras de sacos, sortijas, verbenas y paseo con parrandas folclóricas en torno a la capilla, que aparecía engalanada con hojas de palmeras y banderitas de colores, en medio de turroneras, ruletas y ventorrillos de caña y sábana que ofrecían carne en adobo, papas y vino tinto.
La fiesta de San Juan no es otra cosa que la cristianización de las celebraciones del sol, la del comienzo del año que, con tanta alegría, conmemoraban los guanches. Por entonces, hacia el 24 de junio, ya el grano estaba recogido, era el momento “señalado “para soltar los machos con las cabras, y los dragos, con sus ramas en flor, estaban dispuestos para recibir el año nuevo. El Puerto agrícola, pesquero, turístico y ganadero, llegó a contar con bucólicos campos donde pastaban libremente las cabras. Su flora autóctona abundaba y, por supuesto, no faltaron magníficos ejemplares del legendario y mítico drago que ya veneraban los aborígenes, y que por San Juan alcanzaban su plenitud florística. “ Los dragos no florecen por igual todos los años; la cuantiosidad floral ha servido para predecir el tiempo: cuando el drago florece todo alrededor, es indicativo de que el año será complaciente en lluvias; si lo hace por el sur o por el norte, el tiempo que predominará se corresponderá con el de la zona de floración. Los pajarillos de la tierra acostumbran a hacer un gran acopio de semillas maduras de drago; y se rozan algunas hojas, a fin de echárselas a las cabras. Hasta no hace muchos años, era costumbre bastante común la de llevar a curar a los niños herniados al tronco del drago. Debía hacerse al alborear el día de San Juan, antes de salir el sol. En el tronco del vegetal se signaba la planta del pie del niño, y a continuación, con el mismo cuchillo, se extraía el caparazón. Se creía fielmente que si el corte cicatrizaba, el niño curaba la hernia”. (Programa de la Fiesta del Sol o de San Juan, Puerto de la Cruz, 1989).
A la raíz aborigen, exponente de la cultura prehispánica del pueblo canario, se prendió una serie de ritos que aun hoy gozan del beneplácito de nuestra sociedad, siendo así que a la noche de la víspera de San Juan se le atribuyen propiedades proclives a la magia y el amor. Bien conocidas son todas aquellas creencias que se desarrollaban durante el encantamiento de esa noche: papelitos doblados con tres nombres masculinos vertidos en el agua de una palangana , o lo de las tres papas a medio pelar, otra más pelada y la tercera por completo con idéntico fin de buscar novio. La clara de huevo en un vaso con agua adquiere las más diversas formas, desde un barco hasta un ataúd: sinónimo de viaje y muerte; y el agua perfumada con flores al sereno, tanto para ver el sol bailando como para lavarse la cara con lo que se conseguía limpiar el cuerpo de disgustos y penas o, tornar guapas a las feas. E incluso arrojar una flor en la calle frente a la casa; si al pasar la ve un joven soltero y la recoge, aquél será su novio; aunque yo sé de un caso que pasó un burro y se la comió, dejando muy apenada a la damisela.
Pero de las más interesantes tradiciones de esta fiesta, están las “fogaleras” y el baño de mar de las cabras y otros animales, ablución ésta que congregaba a mucha gente en torno a la playa del muelle, Boquete de San Telmo y Charco de los Piojos en Martiánez. Hasta los años 60 del siglo pasado, se celebró dicho ritual. A partir de 1984 se recuperó la ancestral tradición hasta nuestros días. Últimamente se viene procediendo al enrame de chorros y fuentes públicos, una antigua tradición del medio rural; y, en la Playa Jardín, con gran éxito y resonancia en todo el ámbito insular, tiene lugar la celebración de rituales mágicos en medio de un macro espectáculo con asistencia multitudinaria.
También por San Pedro y Santiago llegaban a las playas desde muy temprano las familias con sus tiendas de armazón de cañas y cobertura de sábana o colchas, para celebrar la festividad y pasar el día, bien que trajeran la comida o cocinando allí pescado, papas y otras viandas regadas de mojo picón y vino. Asimismo era costumbre felicitar a las personas por el día de su santo—por San Juan tenía mayor significación—con sentidas décimas que luego prendían en los arcos de palmas, flores y frutas, que levantaban los familiares en algún rincón de la casa o en la puerta de la calle.
Justo es recordar que el alma máter del ceremonial del baño de las cabras fue y sigue siendo desde su eterno plano dimensional, Cucho Dorta ,“ Benahuya”, el último guanche pastor del valle de Taoro, quien con el reclamo de su bucio y tambor, asume por San Juan el compromiso de acudir a la cita anual desde la cresta de las montañas del cielo a la orilla terrenal de la rompiente ola ; sólo que ya no anuncia la entrada al muelle pesquero de su espléndido rebaño con tintineo de cencerros ; ahora llega con centelleo de estrellas prendidas al pescuezo de sus cabras que arranca al firmamento, y que son como aquéllas con las que soñaba en las mañanicas de San Juan cuando con los primeros rayos de sol cabrilleaban sobre las aguas marinas del Puerto.
En cierta ocasión Chucho o Jesús Dorta me contó en el mirador del Turrón en Masca una hermosa y fantástica leyenda de la princesa masquera, de nombre Maxca, que según él dio nombre al caserío, y que se aparecía sólo en luna llena flanqueada por manantiales de agua que en otros tiempos hicieron de esta parte del Noroeste de Tenerife un auténtico vergel, y, me aseguraba, que la silueta de la noble guancha estaba impresionada en las altas paredes del profundo barranco. Me lo contaba emocionado con esa convicción visionaria con que vivía todo lo referente a nuestros antepasados indígenas, hasta el punto que cuando vestía su tamarco y su cayado de pastor, Chucho Dorta no era Jesús Dorta ; era , simple y llanamente, “Benahuya”…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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