jueves, 29 de junio de 2017

EL SAUZAL, CENTRO RECTOR ECLESIÁSTICO DE ACENTEJO, AÑO 1533



El amigo de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, remitió entonces (2015) estas notas que tituló; “EL SAUZAL, CENTRO RECTOR ECLESIÁSTICO DE ACENTEJO, AÑO 1533”: “…Los caminos mundanos de todo tiempo van dejando huellas. Hoy queremos desandar la historia para reencontrarnos con un pasado lejano que sobrevive gracias al tesoro documental que dejaron los escribanos al servicio de la Iglesia, fiel protectora del saber, la cultura y acontecimientos plasmados en antiguos legajos. Nos remontamos al siglo XVI para recrear e ilustrar la evolución de una sociedad incipiente que, igual que hoy, también se ilusionaba con el futuro y el bienestar.
La Villa de El Sauzal es un municipio que puede presumir de privilegios, tal como la belleza natural de un pequeño territorio que se hace grande por la armonía y el encanto de su peculiar orografía, y particularmente por su historia en el contexto inicial del poblamiento de esta zona de Acentejo. El menceyato guanche de Tacoronte, hasta 1496, integraba en sus límites un territorio equivalente a los actuales pueblos de El Sauzal, La Matanza, La Victoria, Valle de Guerra, Guamasa y Tacoronte. La primera ermita que se edificó fue la de Santa Catalina entre 1504 y 1507, mientras que la de San Pedro de El Sauzal se levantó hacia 1515, siendo la advocación del lugar Nuestra Señora de los Ángeles desde 1505 en su otra ermita cercana a los acantilados.
En aquellos años el culto religioso estaba desatendido y los pocos moradores que había sumidos en la vida bucólica y pastoril, mayormente apartados e ignorantes de las creencias. Los dueños de las tierras que fueron favorecidos con datas y repartimientos residían por lo general en la Ciudad (La Laguna), mientras que en los campos de labor el duro trabajo descansaba en manos de aparceros, colonos, medianeros, peones, esclavos.
Con respecto a El Sauzal, poco después de la derrota de los guanches, el adelantado Alonso Fernández de Lugo se adjudica una importante data en el lugar, y por el año 1500 suscribe un acuerdo con el madeirense Alfonso Bello, por el cual éste se compromete a roturar, despedregar, aflorar aguas y tener sus tierras preparadas para cultivos y plantíos de viña. En contraprestación, Fernández de Lugo se compromete con ciertas concesiones y privilegios, según se advierte en este texto un tanto arreglado para mejor lectura y comprensión: «Sepan cuantos esta carta de público instrumento vieren […] por virtud de los poderes que de sus altezas tengo de las tierras, aguas que se dice el Çauzalejo, que es en la isla de Tenerife, abaxo de las tierras de sequero que a nombre Tacoronte vera la mar al tiempo que yo las tomé e en mí estaban […] por sacar las dichas aguas e la tierra salvaje, yerma e estéril, fui convenido e igualado con vos Alonso [Alfonso] Bello, portugués, que sois presente, a sacar las dichas aguas, despedregar e desmontar e roçar y plantar viduños, árboles y otras plantas e por esto vos prometí de dar cierta parte de las dichas aguas e tierras […] lo cual todo por mi visto, yo e doña Beatriz de Bovadilla, mi muger vos hicimos e otorgamos una carta que es firmada de nuestros nombres e synada de escribano, por la cual vos dimos e donamos en pura e perfeta donación una parte de las dichas tierras e aguas»
Alfonso Bello cumplió su parte del contrato y al cabo de cuatro años recibió buena parte de las tierras del Adelantado, convirtiéndose así en uno de los mayores propietarios de El Sauzal.
En 1533 se establece un beneficio en la ermita de San Pedro de El Sauzal, primera parroquia de las tierras de Acentejo, con jurisdicción eclesiástica sobre Tacoronte, La Matanza y La Victoria. Hasta entonces los curas de las parroquias eran designados por conducto real, cargos que recaían frecuentemente en castellanos, gentes bien relacionadas en la Corte. Tal sistema acarreó que los titulares de las parroquias no residieran en ellas y se limitaran a nombrar sustitutos, cobrar las rentas decimales y repartirlas con el cura titular. Se gobernaba a la Diócesis desde la distancia, situación que provocó reclamaciones que llegaron a la Corona, registrándose algunos casos en Tenerife.
Resolvió la cuestión el rey don Carlos I mediante cédula real promulgada en Monzón (Huesca) el 5 de diciembre de 1533, ordenando que en adelante los Beneficiados Curados (curas de almas) se proveyeran con gente de la tierra, o hijos de la pila, con destino a personas bautizadas en su feligresía. En la cédula real se establece la nueva conformación parroquial de las islas, y en lo concerniente a Tenerife queda dispuesto que el beneficio de San Cristóbal de La Laguna se divida en ocho: cuatro en Nuestra Señora de los Remedios y otros cuatro en Nuestra Señora de la Concepción, ambos en La Laguna; éstos últimos, uno en Santa Cruz, otro en El Sauzal, otro en Taganana y otro en Güímar.
Fue una determinación favorable aunque se produjeron protestas en algunos pueblos al considerarse con mejor derecho, surgiendo disensiones entre Güímar y Candelaria y entre El Sauzal y Tacoronte. Es razonablemente asumible que Candelaria reclamara titularidad parroquial por encontrarse allí la Virgen de Candelaria, y que Tacoronte hiciera lo propio al contar con ermita más antigua y mayor entidad de población y territorio. Asimismo parece obvio que en la elección de los beneficios influyeran importantes terratenientes, hacendados o personas de relevancia, práctica muy común en la época.
Una de esas personas relevantes e influyentes era Alfonso Bello, con clérigos en la familia, siendo más que probable que hiciera valer su relación con las altas instancias. Por su parte Tacoronte tiene a Sebastián Machado como vecino más notable, importante propietario que había donado el terreno para construir la ermita de la que fue su primer mayordomo, sin embargo, no consta que intercediera para ganar el favor de las autoridades, ni siquiera intervenir en las reivindicaciones vecinales posteriores. En su mayor parte el vecindario protagonizó las protestas y demandas.           
Así hasta 1544, cuando el obispo  benedictino Fr. Alonso Ruiz de Virués se hace eco de las peticiones de los feligreses tacoronteros y concede licencia para que un capellán —asalariado— oficie misas en Santa Catalina, aunque sólo eso, pues para lo demás los vecinos están obligado a acudir a la iglesia de San Pedro los primeros días de las tres pascuas, el Domingo de Ramos y la Semana Santa, Corpus Christi y procesión de San Pedro en su fiesta, y además recibir los sacramentos y llevar los difuntos para su entierro. La parroquia titular que regenta su cura, don Sebastián Piloto, defiende su jurisdicción eclesiástica con todo derecho, y de este modo lo subrayan los vicarios y provisores del obispado en sus visitas, aunque muchas veces se ven con dificultades para sortear un conflicto que aflora con frecuencia.
El prelado Virués es bastante explícito en su mandato fechado el 9 de abril de 1544: «[…] que porparte de los veçinos e moradores del termino detacoronte que es del venefiçio deSanpedro del Sauçal anejo a los venefiçiados de la ciudad desan cristobal nos fue fecha Relaçion diçiendo que por la distançia queay dedonde ellos biben ala yglª parroquial desanpº dondeson obligados aoir misa los domingos e fiestas erresçibir los Santos Sacramentos padeçen mucho trabajo edetrimento entienpo deibierno edesus sementeras edeir con sus mujeres e hijos criados al suso dho [beneficio de San Pedro] e nosfue pedido que para su consolaçion e Remedio les probeiesemos ele diesemos liçençia para que en la hermita de Santa Catalina que esta en el dho termino detacoronte pudiesen tener un clerigo que a su costa les dijese misa los domingos e fiestas de guardar para que oyendola los dhos veçinos cunpliesen con el preçepto de la yglª y obligaçion que tienen […]»
Su ilustrísima accede también a que en la ermita de Santa Catalina se entierren cuerpos de esclavos y niños menores de 10 años, administrar el bautismo sin óleo y crisma, que se imponen en la iglesia de San Pedro… y para todo lo demás… «…los dhos veçinos detacoronte guarden con el dho venefiçiado eiglesia desanpº del Sauçal todoloque pareçiere preheminençia parroquial es debido e contribuian enlos Repartimientos dela fabrica deladha yglª juntamente con los otros parroquianos […]»
Con el paso de los años los feligreses de Tacoronte insisten en sus reivindicaciones y consiguen algunas prerrogativas. Se registra nueva visita en 1550 por parte de don Juan Viñas, maestrescuela (encargado de enseñar las ciencias eclesiásticas) del Cabildo Catedral. Es en este año cuando se trasluce la intención de derruir la primitiva ermita de Santa Catalina para hacer una mayor que contenga capilla y cuerpo de iglesia. A tal efecto, don Juan Viñas señala en su carta de visita: «[…] que las personas que de aqui en adelante se enterrasen en la dha Hermita o Capilla paguen alguna limosna para la dicha yglesia porque es pobre e porque al presente se ha de derrocar [echar por tierra] la Capilla vieja, e se ha de hacer la nueva»
Así nace la nueva ermita con cuerpo de iglesia tras el añadido de una nave rectangular orientada de norte a sur, cuyas obras aparecen concluidas en 1557. El mandato del obispo don Diego Deza de fecha 8 de noviembre de 1558 señala que el cura de San Pedro se desplace a Tacoronte para determinados oficios, y en caso de no acudir a tiempo sea el capellán de Santa Catalina quien lo haga llevándose las obvenciones que procedan.
En 1560, el licenciado Aceituno ratifica que los vecinos de Tacoronte cumplan sus obligaciones con la parroquia de San Pedro. El 27 de febrero de 1567, un visitador cuyo nombre no es posible conocer, autoriza a los feligreses tacoronteros para que no asistan a El Sauzal hasta la próxima visita episcopal. Esta orden un tanto extraña es revocada al año siguiente por el licenciado Juan Salbago, que ordena se cumpla lo mandado anteriormente por los prelados don Alonso Ruiz de Virués y don Diego Deza, y el licenciado Aceituno.
El desencuentro entre las dos iglesias no conoce tregua, lo que da lugar a una seria reconvención, según se desprende de la carta de visita del obispo Fr. Juan de Azolaras en 1570: «Primera mente su Reberendissima señoria dijo que por quanto abisto por esperiençia que entrelas yglesias parroquiales y las Hermitas ay çismas y dibisiones y otras diferençias y discordias entre los curas y capellanes y entre los vecinos delos dhos lugares entanta manera quedello Resultan escandalos y otros in conbenientes por tanto que amonesta en el Señor alos dhos curas y capellanes […] sopena que seran grabe mente castigados por su Sª opor sus bisitadores y suçesores y ansi mismo manda quelos veçinos guarden el Respeto que son obligados a su cura y a la yglª parroquial [de San Pedro] en los dias queles esta mandado sopena queseles quitara los pribilejios y licencias queseles andado como apersonas que usan mal deellos y ansi lo mando»
Transcurre un decenio cuando el obispo don Cristóbal Vela entre otras cosas manda que en el ermita de Santa Catalina se puedan decir todas las misas cantadas que se quiera, excepto los días que haya obligación de asistir a la iglesia de San Pedro.
En las visitas posteriores se percibe una creciente desvinculación entre las dos iglesias, y en 1604 Santa Catalina obtiene autonomía tras el nombramiento de cura propio, el bachiller don Baltasar Díaz Llanos, con “congrua sustentación” (con renta) a costa de los beneficiados de la Ciudad (La Laguna). Esta decisión obedece no sólo a las reiteradas peticiones de los clérigos y feligreses de Tacoronte, sino también porque la ermita de Santa Catalina cuenta con cuerpo de iglesia y con mayor capacidad que la de San Pedro, según explica el notario apostólico Baltasar Hernández bajo órdenes del obispo don Francisco Martínez Ceniceros.
En adelante, la parroquia de San Pedro no ceja en la defensa de sus derechos y por largo tiempo mantendrá un pulso con el curato de Santa Catalina a lo largo de todo el siglo XVII, y también, en menor medida, con las otras ermitas de Acentejo.
Como se ha visto, lo que pudiéramos conceptuar como pleito eclesiástico, se convierte en pleito vecinal. En medio de intervalos de tranquilidad, llega el momento en que los dos pueblos vecinos se involucran en acusaciones y denuncias ante la autoridad episcopal, que en alguna ocasión hace comparecer a los párrocos para avenirlos a la concordia. Fueron varios los convenios formalizados entre ambas parroquias, mediando incluso compensación económica.
El obispo don Francisco Sánchez de Villanueva y Vega hace comparecer a los dos sacerdotes, don Ramón Serdán por parte de El Sauzal y don Juan Gutiérrez por parte de Tacoronte. En el acta levantada el 12 de enero de 1651 consta: «[…] dixeron y asentaron entre si que asi por escusarlo como por unirse hermanadamente en la Paz y concordia que desean y dar un buen exenplo a sus feligreses anbos a dos de man comun conbienen y hazen pacto y consierto entre si lo primero de que el dho Benefiçiado de tacoronte en reconosimiento del derecho que debe a la ygleçia del Sausal le dara y pagara todos los años al Benefiçiado de ella que es o fuere quatro sientos reales en contado de moneda corriente»
Pero no bastó este acuerdo ni otros, porque al cabo se sucedieron nuevos incumplimientos y encuentros entre partes. Las diferencias, cada vez más mitigadas, cayeron en manos del licenciado don José Antonio Fernández de Ocampo, párroco de Santa Catalina en la segunda mitad del siglo XVIII, que puso fin a la cuestión….”

BRUNO JUAN  ÁVREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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