domingo, 17 de septiembre de 2017

DOS RETRATOS DE MUJERES; DOÑA MARÍA BERNARDA DE SORIA – PIMENTEL y DOÑA ELADIA XUÁREZ DE LA GUARDIA



El amigo de la infancia de La Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE HERNÁNDEZ. Remitió entonces (18/09/1999) estas notas que tituló; “DOS RETRATOS DE MUJERES; DOÑA MARÍA BERNARDA DE SORIA – PIMENTEL y DOÑA ELADIA XUÁREZ DE LA GUARDIA”.
Publicadas en LA PRENSA, EL DÍA (SANTA CRUZ DE TENERIFE), sábado, 18  de septiembre 1999: DOÑA MARÍA BERNARDA DE SORIA – PIMENTEL. “…De entre las pinturas de mujeres pertenecientes a la nobleza canaria, hay dos que desde siem­pre me han fascinado por la apostura de la composición y el encanto propio de las retratadas.
Uno representa a doña María Bernarda de Soria Pimentel y Machado (1734-1778), una mujer en la plenitud de su belleza y seducción; el otro, a doña Eladia Xuárez de la Guardia y Soria Pimentel (1805-1844), una niña aristocrática de radiante atractivo. Cercanamente emparentadas ambas, ya que la primera era tía abuela de la segunda. Más de medio siglo transcurre entre uno y otro retrato, por lo que en ellos podemos apreciar la evolución de la moda y el cambio de estilo artístico.
La pintura de doña María Ber­narda de Soria Pimentel se le atri­buye a José Rodríguez de la Oli­va «el Moño» (1695-1777), escultor y pin­tor que cultivó el retrato, temática en la que obtuvo gran aceptación por parte de las autoridades y de la clase acomodada de la época. Aunque, en opinión de Car­men Fraga, no fue maestro del dibujo y sus colores son algo toscos, en el cuadro que nos ocupa supo captar la personalidad de la retratada. La protagonista, no exenta de distinción y galanura, está de pie ante una pequeña mesa con un jarrón, lleva una mano una flor y en la otra un abanico, se halla en un espacio que no hace referencia a ningún lugar determinado. Su rostro es de facciones regulares, con los ojos fijos en el espectador y un esbozo de sonrisa en los labios. Hay mucho cui­dado en la precisión de las joyas -collares y anillos-, del aparatoso tocado, decorado con encajes, plumas y flores, así como del rico vestido, falda plisada, blusa y pañoleta de gasa rematadas de encajes, todo para hacer hincapié en su categoría y dar sufi­ciencia y empaque a su figura (1).
La Laguna es la primera población de la isla de Tenerife, y como tal poseyó desde siempre autoridad y cultura. La ciudad fue morada de próceres, liderados más de dos siglos por los Nava  Grimón, marqueses de Villanueva del Prado, promotores de las mejores causas y cuya famosa tertulia creó inquietudes, formó opiniones y adoctrinó, y su brillo se extendió por todas las Canarias. Cuando en 1796 visitó la isla el famoso botánico francés André Pierre Ledru, después de conocerla entera, pudo afirmar: «Es indudable que durante el siglo XVIII, la ciudad de La Laguna era la población más importante del Archipiélago Canario, no tanto por su situación  y riqueza, cuanto por los elementos de ilustración que encerraba en su seno».
Doña María Bernarda era lagunera e ilustrada, nacida el día 16 y bautizada en Los Remedios el 26 de abril de 1734, hija de don Juan Bautista de Soria Pimentel y de doña María de la Encarnación Machado y Torres, que se habían unido en matrimonio el 23 de noviembre de 1730. La rama paterna de la familia era remotamente originaria de Normandía;  pertenecía a la antigua nobleza de Cana­rias. El bisabuelo de María Bernarda, don  Juan Ignacio de Betancourt, era natural  de Guía, en Gran Canaria; casó en La I Laguna el año 1677 con doña María de Soria Pimentel y Bernardo, y se avecindó en Tenerife. Los descendientes de este matrimonio usaron como preferencia los: apellidos de su madre: Soria Pimentel, cuya varonía tuvo su origen en Pedro de Soria, el Viejo, natural de Moguer, en el Arzobispado de Sevilla, y establecido en Tenerife en el año 1550, regidor perpetuo de la isla por merced del rey Felipe n, en 1575, e hijo de Rodrigo López de Soria y de Francisca Rodríguez, vecinos de Moguer, oriundo de la casa y solar de Soria.
La mayoría de los miembros varones de la familia habían sido oficiales del Ejér­cito. Sin pertenecer a la primera distinción, nadie puso en duda, en Canarias, la con­dición hidalga de los Soria Pimentel. Doña María Bernarda, que era quinta de seis hermanos, tenía veintiocho años cuando se casó con don Juan Bautista de Castro Ayala y Ocampo, el 11 de junio de 1763. El retrato se hizo, muy probablemente, al poco de casarse, al mismo tiempo que el propio pintor, José Rodríguez de la Oliva, hizo el de su marido, hoy también en el Museo Municipal de Santa Cruz. Sin duda se trataba de un matrimonio ventajoso, ya que el novio poseía distinción y-talento y además era heredero de ricos mayoraz­gos. Don Juan de Castro fue cónsul del Real Consulado Marítimo y Terrestre de las Islas Canarias por real nombramiento de 22 de diciembre de 1786, a propuesta de la ciudad de La Laguna; también le correspondió el alto honor, como Alférez Mayor interino de la Isla, de levantar el Real Pendón en la proclamación del rey Carlos IV el día 2 de septiembre de 1789. Todavía fue, junto al general Gutiérrez, la figura más destacada de la famosa jor­nada del 25 de julio. Su defensa de Santa Cruz y su heroica muerte le dio gran nom­bradía en Tenerife y en Canarias.
De Castro Ayala dice el Nobiliario de Canarias: «Teniente Coronel del propio Regimiento (provincial de La Laguna), al frente del cual dio gloriosamente la vida, en aras de su amor y fidelidad al Rey y a la patria, en el memorable día 25 de julio de 1797, el más glorioso de la historia isleña, defendiendo la plaza de Santa Cruz contra la Escuadra de Sir Horario Nelson. El nombre de este ilustre caballero corre en el país unido a la historia de esta famosa jornada, en que el ven­cedor de los mares dejó su brazo derecho y muchas banderas ingle­sas, que todavía se vene­ran en la parroquia matriz de la Concepción de aquella capital». Y añade: «Desde la plaza de Santa Cruz, con gran pompa y ostentación, fue conducido el 26 de julio de 1797 y yace el cadáver del heroico Carlos al convento agustino de La Laguna donde fue enterrado».
Por entonces, hacía años que doña María Bernarda había dejado este mundo, así que no conoció la heroica muer­te de su marido, eso se ahorró. Su matrimonio fue prolífico y al parecer feliz; de ellos procedie­ron cinco hijos: doña María Josefa (1764-1778) y doña Isa­bel (1766-1778), las mayores, que fallecieron aún niñas, en vida de sus padres. El tercer hijo fue don Tomás de Castro Ayala Soria Pimentel (1768-1846), coronel de Milicias del Regimiento provincial de La Laguna por real despacho de 2 de noviembre de 1824, último regidor perpetuo y hereditario de Tenerife, natural de Tacoronte. Estuvo, joven todavía y como teniente de Milicias, en la defensa de la plaza de Santa Cruz el 25 de julio de 1797 a las órdenes de su noble y malogrado padre, al que vio morir heroicamente. Casó en la iglesia parroquial del pueblo de Santa Ursula, ellO de abril de 1802, con doña Ursula Benítez de Lugo y Hoyo Solórzano, hija menor de los cuartos mar­queses de La Florida. El cuarto hijo fue don Juan Bautista de Castro y Soria (1770-1837), que vino al mundo en La Laguna y murió en Santa Cruz; casó el 8 de noviembre de 1801 con doña Mar­garita Madan y Lenard, de la noble familia irlandesa de ese apellido. Y el quinto y último hijo de don Juan y doña María Bernarda fue don Francisco de Castro y Soria (1773-1798), capitán de Milicias, que murió soltero. De don Tomás y don Juan de Castro Ayala y Soria, 10$ únicos que casaron, procede una numerosísima e ilus­tre descendencia que ha ocupado y con­tinúa ocupando los más sobresalientes' puestos dentro de la sociedad canaria.
DOÑA ELADIA XUÁREZ DE LA GUARDIA: “…El otro personaje de nuestro relato es la orotavense doña Eladia Xuárez de la Guardia y Soria Pimentel, quien no pudo conocer a doña María Bernarda Soria Pimentel porque ésta había fallecido más de medio siglo atrás; es muy posible, sin embargo, que tuviera amplias noticias de su tía abuela, la mujer del legendario Cas­tro Ayala, héroe del 25 de julio de 1797, ya que referencias de tal calibre son difíciles de olvidar en una entidad familiar. De esta suerte, hablaremos ahora del ori­gen y familia inmediata de esta aristocrá­tica niña orotavense. Su padre, don José Roberto Xuárez de la Guardia Rixo Abreu y Lugo, nacido el 27 de marzo de 1774 y bautizado el 5 del siguiente mes de abril en la iglesia de la Concepción de La Oro­tava fue el sucesor en los mayorazgos y patronatos de ambas líneas.
Fue Xuárez de la Guardia prior del Real Consulado (1817 – 1818). Afirma Peraza de Ayala que «el cargo de prior fue de los más preciados en la vida social de Tenerife, puesto que el artículo 3 de la Real Cédula de erección del Consulado mandaba que se eligiese entre los sujetos más condecorados e instruidos de la matri­cula, y en la Real Orden de 12 de noviem­bre de 1790 se dispuso que sirvieran los priores y cónsules sus distinguidos empleos sin sueldo ni otro estimulo que su propio honor. El prior, además debía ser tratado con el respeto y decoro debido a los demás Jueces y Magistrados del Rei­no». Don José Roberto Xuárez de la Guar­dia y Rixo fue asimismo síndico personero general, comisionado regio para el establecimiento de la Real Universidad de San Fernando, diputado provincial y caballero de grande ilustración en su época, a cuyas decididas aficiones a las historias genea­lógicas e inteligentes investigaciones debe­mos no pocas de las curiosas noticias del Nobiliario y Blasón de Canarias, según palabras de don Francisco Fernández de Betancourt, su autor.
Xuárez de la Guardia fue mentor y guía de su afamado sobrino don Francisco María de León, quien tuvo a su disposición la gran biblioteca, y una parte notable de su obra bebe en la musa de su tío José Roberto. A la fundación de la primera Universidad de San Fernando, Xuárez de la Guardia, como vocal de la Comisión Regia, viajó a Londres y París, donde adquirió y trajo una colección de instru­mentos y máquinas para las clases de física experimental y de matemáticas, como igualmente varias obras de física para la biblioteca, material didáctico y modernos aparatos científicos, necesarios para los estudios que en ella se impartieron. De su grande erudición da testimonio el inven­tario de su espléndida biblioteca, que cons­taba de más de seis mil volúmenes, cuyas materias reflejan los versátiles intereses de un hombre ilustrado de la época; incluía libros de historia, biografías, filosofía, lite­ratura clásica, humanistas, de viajes, además de obras de medicina, ciencia, mate­máticas y materias relacionadas con la economía.
Desde el día 1 de julio de 1828 estaba viudo este ilustre villero de doña Josefa Joaquina de Soria Pimentel y Roo, con quien había casado en la lagunera iglesia de La Concepción el 1 de enero de 1797, hija única y última heredera de la Casa Soria Pimentel de Tenerife, nacida en La Laguna el 25 de marzo de 1771. Xuárez de la Guardia, que pasó por la tristeza de ver morir a su unigénita doña Eladia, falleció en La Orotava en 1848, a los seten­ta y cuatro años de edad.
La Orotava, como es de todos conocidos, posee belleza y tradición auténticas. El paisaje que la rodea impone por su gran­deza, es sugerente y pleno de encanto, ¡cuánto más en siglos pasados! La plaza de la Constitución, espléndida atalaya des­de la que se divisa la Villa entera, la admi­rable iglesia barroca, las casonas, los tem­plos, sus torres, el valle y el mar. Ambiente propicio para hacer arte de la naturaleza misma. La Orotava, a semejanza de La Laguna, tuvo también unos siglos XVII y XVIII culturalmente magníficos. Sin poseer la difusión y trascendencia de la tertulia de Nava, contó con círculos de gran ilustración y fue sin duda la segunda población de la isla. Nacida en esa atmós­fera, no resulta extraño la imagen de dis­tinción que la pintura de la pequeña doña Eladia nos trasmite de ella. Su formación fue muy cuidada: hija única, sus padres tuvieron el valor de sacrificarse de su com­pañía y enviada, con sólo 10 años y 7 meses, a estudiar en el prestigioso con­vento de monjas francesas de York para educación de jóvenes, en el que permaneció hasta 1821. Embarcaron, padre e hija, el 28 de agosto de 1815. Aún se conserva un interesante y curioso manuscrito de su mano y que lleva por título Diario de mi viaje con mi hija Eladia a Londres. Año 1815 (4).
Don José Xuárez de la Guardia destacó, sin duda, de entre los próceres que pro­tegieron a Luís de la Cruz y Ríos; no es por tanto extraño el gran interés que ese sobresaliente artista puso en esta pintura de doña Eladia. El óleo se pintó poco antes del viaje de la joven, niña a decir verdad, a Inglaterra, ya que entonces la retratada apenas tenía diez años. Dice Rumeu de Armas sobre ella que «no puede ocultar la cara de niña disfrazada de mujer. El rostro es de perfecta ejecución y rebosa simpatía. Viste chaquetilla de terciopelo azul con manga larga, cuello de encaje y falda blanca. Cubre la cabeza con un gorro de terciopelo azul, orlado de piel y deco­rado con un lazo de cintas. Sobre la falda aparece recostado un pequeño perro de lanas». El fondo apoya el frescor de aire libre, mientras el perrito da a la obra un toque de refinamiento que sirve también para demostrar la alcurnia de la modelo.
Doña Eladia casó en 1824, a los die­cinueve años de edad, en la orotavense iglesia parroquial de La Concepción, con don Alonso Méndez de Lugo y Lorenzo Cáceres, diez años mayor que ella, nacido en Icod el 14 de julio de 1795. Méndez de Lugo fue hombre de mérito, de refinada educación, melómano y virtuoso del violín. Aumentó la espléndida biblioteca que heredó de su suegro y además poseyó una notable colección de arte y objetos sun­tuarios. Su unión fue afortunada, porque aún sin ocurrirle ningún suceso especialmente propicio, fue bastante el que su vida transcurriera I en una época tranquila, rodeada del cariño de su familia y de la conside­ración y el respeto de la sociedad isleña.
Doña Eladia murió en Santa Cruz de Tene­rife el 21 de abril de 1844, con sólo 39 años, en vida de su padre, y su viudo falleció en el Puerto de La Orotava el 30 de enero de 1858. Tres hijos nacieron de este matrimonio: don Alonso, don Emilio y don Augusto Méndez de Lugo y Xuárez de la Guardia. Los tres fueron individuos de mérito y ocuparon puestos pree­minentes en la vida insular, además de dejar dilatada e ilustre posteridad.
Así fueron las vidas y las circunstancias, esbo­zadas en estas líneas que quieren ser afectuosas, de estas dos exquisitas Don AIonso Méndez mujeres canarias, María e hijo de doña Eladia Bernarda y Eladia, tía abuela y sobrina nieta, quienes, gracias a la conjunción de la magia inherente a la pintura y de las aptitudes demostradas de dos grandes artistas, comparten ese singular destino que es el de fascinar fuera del tiempo a cuantos contemplemos sus admirables retratos
NOTAS:
1. Museo Municipal de Bellas Artes de
Santa Cruz de Tenerife. Carmen Fraga Gon­zález, Escultura y Pintura de José Rodríguez de La Oliva (1695-1777), Excmo. Ayunta­miento de San Cristóbal de La Laguna. Pre­mio Elías Serra Rafols, 1978.
2. Luís de la Cruz, Biblioteca de Artistas Canarios. Estudio crítico, por Antonio Rumeu de Armas. Viceconsejería de Cultura y Depor­tes.1997.
3. El pintor de Luís de la Cruz había soli­citado el 20 de abril de 1810 la plaza de profesor de la Escuela de Dibujo de La Lagu­na, sustentada por el Real Consulado del Mar de La Laguna; el 12 de marzo de 1812 fue confirmado en el cargo de profesor de la Escuela de Dibujo del Consulado del Mar, que desempeñó hasta el 2 de enero de 1815, cuando renunció al cargo de profesor de dibujo por trasladarse a la capital de Espa­ña. La institución le obsequia con 100 doblo­nes. El 21 de abril, Luís de la Cruz, en com­pañía de su esposa, embarca en el puerto de Santa Cruz de Tenerife con rumbo a Cádiz... El retrato de doña Eladia Xuárez de la Guardia pertenece a don Alonso Méndez de Lugo y Llarena, su descendiente pri­mogénito.
4. Archivo de don Francisco Negrín y Pon­te. La Orotava…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

No hay comentarios:

Publicar un comentario