jueves, 21 de septiembre de 2017

FAMILIA, INFANCIA, ADOLESCENCIA Y JUVENTUD DE BAROJA



Fotografía referente a Florencio Lorenzo Pérez Bautista.

Mi amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava; FRANCISCO JAVIER PÉREZ BAUTISTA, “Quico”, remitió entonces (2016) unos artículos de su hermano el orotavense FLORENCIO LORENZO PÉREZ BAUTISTA, Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Salamanca, Profesor Adjunto de Medicina en la Universidad de Salamanca, Toco – ginecólogo y Miembro de Número de la Sociedad Española de Médicos Escritores: “…De memoria prodigiosa, casi increíble, pues recuerda sucesos acontecidos veinte, treinta y cuarenta años atrás, como si hubiera ocurrido el día anterior y de manera muy pormenorizada.
De su familia, que amplia al País Vasco en general y a todo lo vasco en particular, dedica veinte páginas con mucho detalle que hablan de su pasión por sus gentes, de su geografía, su historia, ect.…, pero es la parte menos interesante para nuestros objetivos.
Sobre la infancia dice haber nacido en san Sebastián el 28 de Diciembre de 1872, cuyo padre era ingeniero de minas. Recuerdos de las guerras carlistas (hubo tres), la ultima coincidió con su nacimiento 1872 y duro cuatros años, contra las fuerza que apoyaban al pretendiente Carlos VII y las de los gobiernos de Amador de Saboya, de la República y de Alfonso XII…En estos tiempos y por motivos políticos, fue asesinado el General Juan Prim (1814-1870). Según Baroja. Don Benito Pérez Galdós sabia el nombre y los apodos de los que depararon su trabuco, gente del hampa madrileño. Ambos novelistas hablaron sobre el magnicidio. (Galdós es muy reiterado en las obras de Baroja)
En 1881, marcha con la familia de Madrid a Pamplona. Era un chico muy inquieto, nervioso y sobre todo, miedoso ante la noche. Sin embargo, por otro lado, “se reunía con los infantes más granujas divirtiéndose en apagar faroles, romper cristales de las casas, tirando piedras a mano i con tiragomas”, fenomenales peleas, niños descalabrados y en todas partes donde se trataba de hacer una barbaridad tenia su puesto.   “y unos cuantos hechos más por el estilo. La lista es larga y minuciosa. El colmo: es que algunos niños llevaban navajas y hubieran empleado armas de fuego de tenerlas. “Considerábamos al profesor como nuestro enemigo natural, y creíamos que todo que se hiciera contra el, estaba bien hecho,”; tenía fama de ser considerado como “el deshonor del instituto”. Por dos veces fue enviado al calabozo como castigo y corrección, un cuartucho con rejas y muy frio” Y un largo ect.
Total, en su niñez y adolescencia, fue, como suele calificarse “una buena pieza”, nada de angelical. Además mal estudiante, hacia novillos frecuentemente. Suspendía, pedía recomendaciones a su padre, aprobando sin saber nada, vergonzosamente  hecho que admite.
Al llegar a la juventud, en Madrid de 1886 acabado el bachillerato, no sabía que estudiar. .”Tras largas reflexiones, pensé que no tenía vocación alguna, y que era un joven perfectamente inútil para la vida corriente no tenia, digo, ni tengo capacidad matemática; no comprendía bien los aparatos de física ni me gustaba la gramática. Para los idiomas era y soy una nulidad completa”. Al final comenzó el preparatorio de Medicina, que era el mismo de Farmacia. Aquí comienza una lista de aquellos celebres Catedráticos de Medicina y Cirugia_hablando en general_ que llevó a sus novelas. Pero antes de empezar la carrera, menciona en una página anterior a un celebérrimo profesor, Alejando San Martin y Satrústegui / (1847-1908) por haber hecho la autopsia y embalsamiento a un oscuro escritor, Manuel Fernández y González. Le gustaba la literatura y la música.; de ésta, la clásica.
Baroja cita a otros profesores que no se han encontrado en ningún Diccionario y sobre todo, en la Historia de la Medicina Moderna y Contemporánea, de Pedro Laín Entralgo (1908-2001) como profesor de química Don Ramón Torres Muñoz de Luna, calificado por Baroja de cómico, farsante y el hazmerreir de toda la clase. Otros desconocidos fueron Don Laureano Pérez Arcos, profesor de Zoología y Don Antonio Orio, de Mineralogía y Botánica.
Antes de seguir adelante, es de sumo interés, en este intermedio “en mi tiempo, el ambiente de inmoralidad, de falsedad, se reflejaba en la cátedras tanto o más que en otros centros políticos o docentes. Yo pude comprobarlo al estudiar Medicina”. Reitera los escándalos en las clases con viejos profesores y continúa, yo, los primeros días de clases, no salía de mi asombro. Todo aquello era demasiado absurdo. Yo hubiera querido encontrar una disciplina justa y al tiempo afectuosa y me encontraba con unas clases grotescas, en que los alumnos se burlaban continuamente del profesor. Mi preparación para el estudio no podía ser más desdichada.
El, sin embargo, continuaba con las recomendaciones, solicitándolas a su progenitor como dije antes, Ingeniero de Minas, con mucha influencia, ya que, con exámenes “detestables”, aprobaba. Por supuesto, seguía haciendo “novillos”
Otros profesores, fueron Don Florencio de Castro y Latorre y Don Ramón Jiménez, titulares de clases de Disección. El primero fue luego profesor de Cirugía de San Carlos. Ninguno de ellos aparece mencionado por Laín en el volumen ya citado. Destaca el nulo respeto que se tenía el cadáver que él, Baroja, criticaba y rechazaba. Añade: “a pesar de la repugnancia que me producía tales cosas, la disección me inspiraba tanto interés que puede llegar a borrar toda la repugnancia y todos los horrores.
Otros catedráticos que si aparecen a continuación, como Don Julián Calleja (1836-1913) de Anatomía Patología y Don José de Letamendi y Manfarrés (1828-1897) con la tesis que la disposición y la resistencia individuales de la enfermedad, se expresaba, primeramente e la forma anatómica del individuo. Ocupándose de la Medicina Interna, el mencionado texto de Laín Entralgo, llena 10 líneas. Sabido es que Catedrático en Barcelona, su ciudad natal, de Anatomía y Patología General, en Madrid. Tenido por un “genio”, (textual) fue muy conocido sus sentencias filosófico-médicas, como aquella frase, tan repetida por mí:”el médico que sólo sabe de Medicina, ni Medicina sabe…”
Baroja, a lo largo de dos páginas, critica duramente a Letamendi. Solamente anota esta frase: “Letamendi era un hombre que tenía cierto talento literario, pero nada de hombre de ciencia”. Por otra parte cita repetido a un Catedrático de Anatomía , Aureliano Maestre de San Juan (1828-1890), criticó al profesor de Terapéutica, el muy conocido Don Teófilo Hernández Ortega (1881-1976) en un rifirrafe acerca de los vascos; creía que estaba loco.
La naciente especialidad pediátrica, tuvo en Don Manuel Tolosa Latour (1857-1919) dedicado a la higiene de la infancia. Intimo amigo de Galdós, tenía en la casa del pediatra, en su comedor, un lugar reservado a Don Benito, llegara, o no. Así mismo no olvidó a un celebre cirujano catalán Don José Ribera y Sans (1852-1912).
Como destacado anatomista, menciona a Federico Oloriz Aguilera (1855-1912), de éste cuenta:…”era un hombre que sabía mucho y de aptitudes científicas, pero era un tipo malhumorado y de malas intenciones. Estaba enfermo”.
La mayor y feroz crítica de Baroja, fue para Letamendi, calificándole de farsante “de una pretensión tan grotesca, que daba risa”. Don Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Premio Nobel de Medicina (1906), es citado en el índice de Autores, en el volumen de Laín Entralgo, 16 veces. También Don Gregorio Marañón (1817-1960) fue conocido y citado por Baroja, pero como psiquiatra y no como especialista en medicina Interna. Tuvieron correspondencia mutua. Por cuestiones familiares, se traslada desde Madrid a Valencia, donde acaba la carrera. Vuelta a Madrid para lograr el Doctorado, que obtuvo con una tesis sobre “el dolor”. Así terminó:” sabiendo muy poco o casi nada de Medicina verdadera, como la mayoría de los estudiantes.
PIO BAROJA, DE MÉDICO DE PUEBLO: Tenía tan sólo 22 años cuando ocupó la plaza vacante de médico titular en Cestona. En otra colaboración escribí su situación el  País Vasco, dimensión del distrito municipal número de habitantes  ect.sin olvidar obviamente, su famoso balneario.
Allí, en su amada tierra, “empecé a sentirme vasco, y recogí este hilo de la raza que ya para mi estaba perdido”.;  “ las chicas del pueblo me decían medio en broma, ,medio en serio, que yo era multizarro ( solterón) y tenia entonces 21 años… también que hablaba el vascuence como los curas en los sermones”
Reitera el rechazo que le produce las corridas de toros-igual que Unamuno-dijo al llegar al pueblo, en las “fiesta de Cestona”. Tenía una pésima opinión sobre su profesión en tan corta y antigua población. Dijo” soy un necio. Se cree uno algo., y no es nada más que un médico de pueblo”. En otro momento añadió.” en la práctica de la medicina en la aldea, se ven cosas muy extrañas, a veces terribles, que dan una impresión quizá demasiada viva del fondo de egoísmo y de la brutalidad del hombre”. Sobre el balneario, escribió:” el otro médico también lo era y estaba en  los baños durante el verano casi siempre”.
Una confesión: “el oficio de médico de aldea era entonces y seguirá siendo difícil, mal pagado y de gran responsabilidad. A mí me pareció penoso y duro, aunque, ciertamente tenía algunas compensaciones. No tenía mala fama como médico. Un tanto escepticismo y otro de prudencia, me evitaron el hacer disparate, que debe ser muy frecuente entre personas que comienzan a ejercer la profesión aunque  sean sabios y estén bien entrenados”.
En una revista, “La Medicina Ibera” del 30 de Diciembre de 1937, se publicó un artículo que decía así: “Medico rurales famosos”. Pio Baroja, titular de Cestona. El que sigue la licenciatura de Medicina y Cirugía, y durante siete años se acostumbra al racionalismo de sus disciplinas, al estoicismo de las salas de disección y las crudezas humanas de los hospitales, quiera o no quiera, lleva para siempre en su espíritu un sello especial inconfundible que se manifiesta en su modo de pensar y de sentir.
Todo aquel que haya leído a Baroja habrá observado en sus libros, crónicas y trabajos literarios de diversas índoles, siempre aparece el médico. Obtenido el título de médico el año 1893, solicitó y le fue concedido, la titularidad de Cestona. Todos estos son los datos que podemos recoger del pueblo donde nuestro escritor vivió y conoció los hechos, sacrificios, incidentes y también satisfacciones del ejercicio clínico.”
Previamente, en el año 1893, con su llegada a Cestona, a sus 21 años, escribió: “la responsabilidad de tener una función demasiado importante, la falta de práctica y de conocimientos completos y el aislamiento me hicieron pasar mala época”. La retención de la placenta, los partos distócicos (partos anormal o patológico), el uso de fórceps, las hemorragias posparto le impresionaban profundamente.”
En otro trabajo, me ocupé del problema que tenía los licenciados por la gran falta de práctica médica. Sabían sólo la teoría. Hasta los de sobresalientes, matrículas y premios extraordinarios, en mis tiempos, se daban cuenta que de práctica, nada de nada. Tenían que reciclarse durante un tiempo, que podía ser de varios años, sobre todo aquellos que habían aprobado a A.P.D. (Asistencia Pública Domiciliaria), para médico rurales, donde la asistencia al parto era muy temida. Los más prudentes, aconsejaban a las embarazadas, cercana a dar a luz, que se fuera a vivir a la capital, en la casa del algún familiar. A las que se ponían de parto, de entrada, buscaban al que tuviera vehículo para que, a toda prisa, la llevasen a un hospital de la capital provincial. Muchas veces, por estar los pueblos a mucha distancia y en malas carreteras, con reiteradas curvas, llegaban ¿…pero como..?. Unas habían parido por el trayecto sin problemas, otras llegaban desangradas por varias causas, (placentas previas o retenida, desgarros profundos del periné…) o con el feto muerto, otras a  punto de romper el útero o en general, en partos distócicos (partos anormales o patológicos).
El que subscribe, al llegar a 4º de Medicina, decidió ser Obstetra -ginecólogo, por lo que acudía los veranos (no iba ni de vacaciones a mi tierra, Tenerife) al hospital a trabajar a lado de las comadronas y ayudar a operar a los adjuntos, agregado e incluso al Catedrático. Así con el tiempo y en casa asistí los partos de mis hijos. Al cuarto, una niña, tuve que extraerle la placenta, por retención de la misma, siguiendo las normas aprendidas. Con plaza en la Seguridad Social, primero como Obstetra y luego como Ginecólogo, alcance a ver las grandes e importantes carencias como un banco de sangre. Ésta la daban, las mayorías de la veces, los familiares. Recuerdo unos casos que me sucedieron al faltar, de suma urgencia, el vital-nunca mejor dicho-sangre total, no plasma. Cuento un caso que se repitió varias veces, un media docena, de llegar una mujer casi desangrada, muy palida, taquicardica. Todas ellas era de mi grupo (A+) el más frecuente, y al venir sin familiares, sólo con el médico, daba mi propia sangre uno o dos envases y ponerme a operar, desde un legrado, a una cesárea, a una histerectomía subtotal. Nunca se me murió ninguna mujer. Las gracias, dichas con lágrimas o las más entusiastas con besos en las manos, era mi pago. Yo, contento y satisfecho, más que unas pascuas. Los licenciados que querían especializarse en alguna disciplina, asistían como yo, desde 4º a los suyo. Realmente éramos éstos los que sabíamos teoría y práctica.
Baroja en los años que fue médico de Cestona, cita las enfermedades más frecuentes tales como la pleuresía, tisis, viruelas, pulmonía, sarampión, hepatopatías, ascitis abdominal, gripes tifoideas y cardiopatías.
“La mayoría de los españoles no tienen la costumbre de leer libros” dijo Baroja, como también que “la cultura en España, en el siglo XIX, fue muy deficiente. La antigua, a base de humanidades y de los clásicos, se había eclipsado”.
Para él, los autores mas leídos fueron, Dumas, (padre), Víctor Hugo, Zola, Verne, Balzac, “J.Sand”, Espronceda, Bécquer, Dickens, Stendanhal, Dostoiewki, Tolstoi, Cervantes, Galdos, y demás autores españoles contemporáneos.
Fue un lector incansable. El que suscribe, modestamente, también lo es, hasta que Dios quiera….”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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