Fotografía
tomada en la Venta – Suministros, en la Avenida Sor Soledad Cobián - Los Cuartos. Propiedad de Javier Lima
Estévez.
De
izquierda a derecha; Carmela Hernández, Carmita Bello, Eustaquio Bello, Señor
Gajate (padre), Santiago Gajate (hijo) y Manolo Bello.
El
amigo de la Villa de La Orotava; JAVIER
LIMA ESTÉVEZ Graduado en Historia por la Universidad de La Laguna, remitió
entonces (26/09/2016) estas notas que tituló; “UNA VENTA OROTAVENSE EN EL
RECUERDO”.
Publicadas
en el DIARIO DE AVISOS, el domingo 25
de septiembre del 2016: “…A lo largo de la geografía canaria
observamos la presencia de diversos locales que hasta fechas relativamente
recientes fueron espacios destinados a ventas. Lugares en los que se adquirían
todos los productos necesarios para la vida diaria, convirtiéndose asimismo en
espacios de uso y encuentro común. Algunas ventas consiguieron resistir el paso
del tiempo, y llegar con gran esfuerzo hasta nuestros días. En el presente artículos
nos centraremos en los recuerdos y las anécdotas de la desaparecida venta-bodega
orotavense de Manolo Bello y Carmela Hernández. Hasta allí, muchos orotavenses
y vecinos de otros rincones de Valle, se trasladaban con la finalidad de
adquirir toda una serie de productos para la vida diaria. No cabe duda de que
el municipio de La Orotava ha sido un lugar con un amplio número de ventas. En
el recuerdo de muchas personas permanece la venta de don Félix, doña Cecilia,
don Chicho, doña Mercedes, doña Florentina, doña Caridad, doña Bárbara, doña
Matilde, doña Sacramento, La Venta Nueva, don Melchor, doña Aurora, don
Agustín, doña Sixta, doña Olegaria, don Gonzalo, entre muchas otras. Algunas
han resistido el paso del tiempo. Otras, han ido desapareciendo inevitablemente
con el transcurso de los años. Según recuerda el orotavense Juan Pedro Pérez
Rodríguez, “siempre que íbamos a comprar pedíamos el «convido», que consistía
en que el ventero nos daba un caramelito o un regaliz. Era muy típico cuando
éramos niños”.
Eran características las pesas
en las que se procedía a calcular los diferentes alimentos; las botellitas de
cristal para rellenar con líquidos como el aceite o la colonia; los cartuchos y
sus resistentes nudos para almacenar, por ejemplo, el azúcar; las cartillas de
racionamiento que marcaban y definían el triste panorama económico generado con
posterioridad a la Guerra Civil y la presencia de los fiados. Una peculiar
práctica que permitía aplazar el pago de aquello que se compraba durante un determinado
periodo de tiempo, que, a veces, se prolongaba de forma indeterminada. No cabe
duda de que el trato directo representaba una seña de identidad de unos
espacios que poco a poco han ido siendo desterrados a la imagen de una vieja
fotografía, con múltiples historias que encierran diversos rincones ante una
visión que nos sitúa en un determinado panorama político, económico y social.
En ese ambiente surgió la venta
ubicada en la Avenida Sor Soledad Cobián, en la que Manolo Bello, su mujer
Carmela Hernández y sus hijos, especialmente Carmen Bello Hernández, mujer de
Domingo Lima Martín, colaboraban en su desarrollo. Una venta-bodega en la que
se dispensaban todos los productos necesarios para la alimentación de las
familias que hasta allí acudían. Como curiosidad de aquellos momentos, Carmela tenía
por costumbre acudir a la ciudadela situada muy cerca del lugar, llevando una
ropita cada vez que nacía un niño.
En la parte de atrás, durante
la Guerra Civil, escuchaban una emisora que informaba de todos los detalles y
la evolución de la contienda. Tiempos muy complejos donde las raciones que se
ofrecían eran -en muchos casos- minoritarias, debido a las severas restricciones
impuestas a través de la cartilla de racionamiento durante años. La calidad no
siempre era óptima ni suficiente; pero las raciones que se repartían a cada
persona intentaban cumplir con las demandas de todos aquellos que se acercaban
hasta el lugar.
Asimismo, Carmela se desplazaba
en muchas ocasiones hasta la capital tinerfeña, ante la llegada de barcos
extranjeros con la finalidad de buscar agujas, hilos, botones y otros productos
de primera necesidad que se dispensaban en su local.
Aquellas ventas, cuya imagen no
es tan lejana en el tiempo, serían poco a poco desplazadas y reemplazadas por
otras superficies de mayor tamaño que terminarían condenando y obligando a su
práctica extinción. Negocios que marcaban la realidad de muchos rincones de
nuestro archipiélago y cuyo recuerdo hemos querido rescatar con el presente
artículo, como homenaje a las ventas orotavenses y, en especial, a la
venta-bodega de Manolo Bello y Carmela Hernández…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario