lunes, 25 de septiembre de 2017

UNA VENTA OROTAVENSE EN EL RECUERDO



Fotografía tomada en la Venta – Suministros, en la Avenida Sor Soledad Cobián -  Los Cuartos. Propiedad de Javier Lima Estévez.
De izquierda a derecha; Carmela Hernández, Carmita Bello, Eustaquio Bello, Señor Gajate (padre), Santiago Gajate (hijo) y Manolo Bello.

El amigo  de la Villa de La Orotava; JAVIER LIMA ESTÉVEZ Graduado en Historia por la Universidad de La Laguna, remitió entonces (26/09/2016) estas notas que tituló; “UNA VENTA OROTAVENSE EN EL RECUERDO”.
Publicadas en el DIARIO DE AVISOS, el domingo 25 de septiembre del 2016: “…A lo largo de la geografía canaria observamos la presencia de diversos locales que hasta fechas relativamente recientes fueron espacios destinados a ventas. Lugares en los que se adquirían todos los productos necesarios para la vida diaria, convirtiéndose asimismo en espacios de uso y encuentro común. Algunas ventas consiguieron resistir el paso del tiempo, y llegar con gran esfuerzo hasta nuestros días. En el presente artículos nos centraremos en los recuerdos y las anécdotas de la desaparecida venta-bodega orotavense de Manolo Bello y Carmela Hernández. Hasta allí, muchos orotavenses y vecinos de otros rincones de Valle, se trasladaban con la finalidad de adquirir toda una serie de productos para la vida diaria. No cabe duda de que el municipio de La Orotava ha sido un lugar con un amplio número de ventas. En el recuerdo de muchas personas permanece la venta de don Félix, doña Cecilia, don Chicho, doña Mercedes, doña Florentina, doña Caridad, doña Bárbara, doña Matilde, doña Sacramento, La Venta Nueva, don Melchor, doña Aurora, don Agustín, doña Sixta, doña Olegaria, don Gonzalo, entre muchas otras. Algunas han resistido el paso del tiempo. Otras, han ido desapareciendo inevitablemente con el transcurso de los años. Según recuerda el orotavense Juan Pedro Pérez Rodríguez, “siempre que íbamos a comprar pedíamos el «convido», que consistía en que el ventero nos daba un caramelito o un regaliz. Era muy típico cuando éramos niños”.
Eran características las pesas en las que se procedía a calcular los diferentes alimentos; las botellitas de cristal para rellenar con líquidos como el aceite o la colonia; los cartuchos y sus resistentes nudos para almacenar, por ejemplo, el azúcar; las cartillas de racionamiento que marcaban y definían el triste panorama económico generado con posterioridad a la Guerra Civil y la presencia de los fiados. Una peculiar práctica que permitía aplazar el pago de aquello que se compraba durante un determinado periodo de tiempo, que, a veces, se prolongaba de forma indeterminada. No cabe duda de que el trato directo representaba una seña de identidad de unos espacios que poco a poco han ido siendo desterrados a la imagen de una vieja fotografía, con múltiples historias que encierran diversos rincones ante una visión que nos sitúa en un determinado panorama político, económico y social.
En ese ambiente surgió la venta ubicada en la Avenida Sor Soledad Cobián, en la que Manolo Bello, su mujer Carmela Hernández y sus hijos, especialmente Carmen Bello Hernández, mujer de Domingo Lima Martín, colaboraban en su desarrollo. Una venta-bodega en la que se dispensaban todos los productos necesarios para la alimentación de las familias que hasta allí acudían. Como curiosidad de aquellos momentos, Carmela tenía por costumbre acudir a la ciudadela situada muy cerca del lugar, llevando una ropita cada vez que nacía un niño. 
En la parte de atrás, durante la Guerra Civil, escuchaban una emisora que informaba de todos los detalles y la evolución de la contienda. Tiempos muy complejos donde las raciones que se ofrecían eran -en muchos casos- minoritarias, debido a las severas restricciones impuestas a través de la cartilla de racionamiento durante años. La calidad no siempre era óptima ni suficiente; pero las raciones que se repartían a cada persona intentaban cumplir con las demandas de todos aquellos que se acercaban hasta el lugar.   
Asimismo, Carmela se desplazaba en muchas ocasiones hasta la capital tinerfeña, ante la llegada de barcos extranjeros con la finalidad de buscar agujas, hilos, botones y otros productos de primera necesidad que se dispensaban en su local.
Aquellas ventas, cuya imagen no es tan lejana en el tiempo, serían poco a poco desplazadas y reemplazadas por otras superficies de mayor tamaño que terminarían condenando y obligando a su práctica extinción. Negocios que marcaban la realidad de muchos rincones de nuestro archipiélago y cuyo recuerdo hemos querido rescatar con el presente artículo, como homenaje a las ventas orotavenses y, en especial, a la venta-bodega de Manolo Bello y Carmela Hernández…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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