lunes, 20 de noviembre de 2017

DULCE MARÍA LOYNAZ (LA HABANA 1902-1997),



El 18 de agosto de 2008, mis amigos de la Villa de La Orotava Isidoro Sánchez García, y Jesús Hernández Acosta, dieron unas conferencias sobre la poetisa cubana Dulce María Loynaz en el paraninfo del Liceo de Taoro de la Orotava, por haberse cumplido 50 años de la publicación Un Verano en Tenerife. Isidoro habló de sus contactos con la poetisa y sus visitas a su residencia en Cuba y Jesús fue el que la presentó en sociedad, por ocupar entonces el puesto de Secretario de la citada Sociedad.
Lo más simpático del caso, fue cuando el amigo Isidoro Sánchez, para invitarme a tal acto, a través de un correo me recuerda aquel balón que le pasé a su hermano Francisco (fallecido) en un partido de baloncesto en la cancha de Franchi Alfaro. Es cierto esta anécdota, la hice para animar el ambiente, para que los viejas glorias se acercaran a la final del torneo de María Auxiliadora, por lo que mi entrenador de turno Paco Polo en paz descanse, corrió tras de mí hasta la puerta de mi domicilio.
Recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba en 1987. El III Congreso de Mujeres del Caribe (1992) la seleccionó como la poetisa más distinguida de la región en el siglo veinte. En su etapa de formación hasta 1940 recibía en su casa a los intelectuales cubanos en tertulias que alcanzaron gran fama. Escribió en los diarios y otras publicaciones La Nación (1920), El País, Excélsior, Social, Grafos, Diario de la Marina, El Mundo, Revista Bimestre y en la célebre Orígenes de Rodríguez Feo y Lezama Lima. Hasta el final de su vida permaneció lúcido y activo. Murió en su antigua mansión de la barriada de El Vedado el 27 de abril de 1997.
Esta escritora es una de las representantes más dignas de las letras hispanoamericanas. Reconocimiento a su carrera literaria fue la concesión del Premio Cervantes en 1993. Su amplia obra ha sido estudiada por muchos autores. Incluso se ha realizado un documental sobre su vida titulado A flor de la tierra, a flor del verso, de la directora Niurka Pérez. En 1947, una joven pareja de recién casados visita Canarias. Se trataba del periodista tinerfeño Pablo Álvarez y de su esposa Dulce María Loynaz. Este fue el primer contacto de la escritora cubana con nuestro archipiélago. Hubo otras visitas a las islas entre 1947 y 1958, parte de las cuales quedaron reflejadas en el libro Un verano en Tenerife. En este libro, Dulce María Loynaz recoge la historia y describe su impresión de las Islas. El Gobierno de Canarias ha reeditado este libro en el año 2002, con motivo de la conmemoración del nacimiento de la escritora. Dulce María Loynaz comenzó a publicar sus poesías en 1920, en el periódico cubano La Nación. La parte central de su obra se concentra con anterioridad a los años cincuenta, antes de que Fidel Castro tomara el poder en Cuba. Después de ese cambio político, se produjo el silencio de Dulce María Loynaz. Muchos autores vieron en ese silencio la protesta de la escritora por la falta de libertad de su país. Entre sus obras más conocidas podemos citar el poemario Juegos de agua o el poema titulado Eternidad. El último libro que escribió Dulce María Loynaz, Fe de vida, lo dedicó a su esposo Pablo Álvarez de Cañas. En él narra no sólo sus memorias sino también su vida, a la par que sirve de acercamiento para conocer la época en la que vivió.
En España siempre ha gozado de un alto reconocimiento por parte de las instituciones oficiales, no sólo recibió el Premio Cervantes en 1993, también se le concedió el Premio Nacional de Literatura en 1987 y otras distinciones como la Orden de Alfonso X El Sabio.
Un verano en Tenerife (publicado 1958). Libro de viajes que contiene un certero análisis de la psicología del isleño. Publicada por Aguilar casi junto con Últimos días de una casa. La autora catalogó la obra, creada en una etapa muy fecunda, como su prosa más acabada. La descripción de su llegada por mar es un ejemplo de la narración directa que los críticos de la época coincidieron en remarcar.
Bella guía la que nos depara Dulce María Loynaz, sin que estas densas páginas tengan tal propósito estricto, pues las mejores guías son aquellas que proceden de la obra literaria escrita para satisfacer profundas apetencias del sentimiento y para recrearse simplemente en las bellezas que llaman a nuestro corazón. Lo demás, se da por añadidura.
También a finales de esta década que media el siglo veinte, otro destacado escritor resalta en la prensa madrileña la salida del libro. Melchor Fernández Almagro, ensayista, historiador y crítico literario incorpora a su reseña elementos que validan otra vez lo descriptivo, insiste en el certero trazo de los retratos de personajes típicos y míticos de las islas, como el Pirata Ángel García, y habla de ilustraciones, miniaturas y daguerrotipos, remedos de lienzos de Gauguin, con mucho color tropical. Nada que no se vuelque en lo importante de la toponimia a la hora de realzar la belleza de Canarias, hecho que ha de ir ligado, a estas alturas evidentemente, con exaltaciones más o menos atemperadas del carácter y el "alma" de los habitantes del archipiélago, fuente significativa de ascendencia de parte de los cubanos. Aunque hallamos en el artículo ciertos esbozos que apuntan a un desarrollo del tema del libro de viajes, lo que sin dudas hubiese redundado si no en exégesis al menos en aporte de elementos novedosos sobre el texto, debemos deplorar que esta veta se agote casi en sus comienzos y en cambio haya que aceptar una vez más el tópico del lirismo primario como punto de partida de todo análisis, incluso, recordando una vez más que "este, señores, no olvidarlo, es un libro escrito por una poetisa".
Un verano en Tenerife es un libro poético, una interpretación lírica de las Islas Canarias, pero no un suspiro nostálgico, aunque, metafóricamente, pudiéramos definir así la obra de Dulce María Loynaz poemática, en primer término y en alto grado, pero utilísima en cuanto es capaz de llevarnos allí y de conducirnos a lo largo de las costas y tierra adentro, del valle a las cumbres, con el increíble saber de un "cicerone" inverosímil. Nos dice lo que son las cosas: cada una bajo su nombre: árbol, flor, piedra labrada, emoción sobrevenida. En todo caso, la palabra exacta a punto: a más de la exactitud, la belleza. De ahí que la autora se de cuenta de un fenómeno estético más que lingüístico. "Hay palabras mágicas que no dicen sino cantan su sentido, lo pintan, de un solo trazo en el aire, y allí lo dejan por unos segundos, después de ya sonada la última sílaba." En el uso de esas palabras mágicas Dulce María Loynaz es diestrísima. Poetisa o poeta, en definitiva.
Hay libros en los que el impulso narrativo se agota en una trama primaria y evidente; de esos libros, que se cualifican como textos "sin dobleces" o "directos", por justificar una facilidad de lectura que en muchos casos (con notables excepciones, por supuesto) sólo es un mero pacto con la estulticia o la ramplonería, Un verano en Tenerife sería el extremo más alejado, la antípoda, y me parece que por ahí anda su mayor acierto... y también su mayor irrisión. Digo "irrisión" buscando morigerar lo burlesco, claro está, y pienso que como en otros casos al referirme a ciertas imposturas de la sutil obra narrativa de Dulce María Loynaz, habrá que matizar quedándonos entonces con el término más impreciso, pero a la vez más refinado, de "guiño". Y eso ha venido sucediendo desde que se concluyó el libro, según colofón a las doce y catorce minutos del jueves 10 de abril de 1958 en la finca Nuestra Señora de las Mercedes, cerca de La Habana, a los cinco años y ocho meses de haberse comenzado. A los cinco años y ocho meses, reparemos en esta declaración final, que quizás con una sutileza máxima se halle en contrapunto o discordia con la viveza que propone la exactitud no ya en las fechas sino en la hora y minutos en que se pone el punto final. Casi seis años que dan la medida del tiempo invertido en la redacción del texto, correcciones, dudas, vueltas al pasado e inspiración incluidos, lapso dilatado contra la brevedad de lo vivido en la visita a las islas afortunadas. ¡Y la crítica sólo repara en la condición directa o primaria, que no admitiría dobleces, digamos, del texto que lanza Aguilar a finales de esa década tremenda¡ Por eso hablo de otro guiño, otra irrisión, sólo que a manera generalizadora, el libro todo como una gran impostura, compuesto de una impresionante serie de capas de lectura o modos de aprehenderlo, y aquí ya estoy hablando en primer término del libro, no de las islas, esas islas que geográficamente mantienen en este presente igual latitud, pero que definitivamente no son las mismas. Mas el libro existe en su tiempo y ese tiempo se multiplica y adquiere, al igual que el lenguaje, un dinamismo propio, ajeno a la llana locación. El adjetivo es llano, en efecto, aunque podamos pensar de inmediato en la palabra Teide. Recuerdo una frase de Dulce María Loynaz en carta enviada a su amiga Julia Rodríguez Tomeu en 1939 y publicada en Cartas que no se extraviaron (Ed. Hermanos Loynaz, Fundación Jorge Guillén): La Geografía es una de tantas mentiras deliciosas que se dicen a los niños... Cuando dejé de creer en ella, comencé a envejecer.
Poemas sin nombres. Rodeada de mar por todas partes, / soy isla asida al tallo / de los vientos... / Nadie escucha mi voz, si rezo o grito: / Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces, / morder mi cola en signo de Infinito. Soy tierra desgajándome... Hay momentos en que él me ciega y me acobarda, / en que el agua es la muerte donde floto... / Pero abierta a mareas y a ciclones, / hinco en el mar raíz roto. Crezco del mar y muero de él... Me alzo ¡para volverme en nudos desatados...! ¡Me come un mar batido por las alas de arcángeles sin cielo, naufragados!
Un verano en Tenerife (1958). La expedición de Piazzi Smith es la que ha realizado estudios más completos del volcán. Tuvo lugar en 1847, y fue subvencionada por el Almirantazgo inglés, previas conversaciones con la reina María Cristina, más preocupada a la sazón por las consecuencias de su matrimonio morganático que por especulaciones geológicas. Marchaba el jefe de la expedición acompañado de su esposa y con ella acometió la hazaña de trepar hasta el mismo ojo del cíclope. Ha sido ésta la primera fémina que ha llegado a la cima del volcán isleño; no hay tradición oral o escrita de otra que se le adelantara. Maravilla pensar, cómo pudo hacerlo la valiente dama con el atuendo femenino que se imponía por esa época. No hay que admitir ni por un momento que mistress Piazzi Smith prescindiera de los dictados de la moda; sabido es que la mujer, que desobedeció al Señor en el Paraíso, jamás ha dejado de rendir la más ciega obediencia a cuantos enarbolan la aguja y la tijera. Tampoco había estos por entonces inventado el estilo deportivo, de modo que es seguro que la señora, tal cual salió de Picadilly Circus, llegó a la cúspide del Teide. Escalar peñas, deslizarse a gatas junto a los precipicios, hundirse entre la greda, mal pisar los senderos movedizos, adosarse a la pared de un desfiladero, desafiar el viento, la nieve, los gases deletéreos y hacer todo esto con un miriñaque a la cintura, tres enaguas, corsé y un redingot, constituye en verdad una proeza sin precedentes en la Historia. Los lores del Almirantazgo premiaron con una medalla la labor del sabio, y luego con esa injusticia que es propia de los hombres eminentes, olvidaron dar otra a su mujer.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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