En la mañana
del sábado cinco de Febrero de 1994, cuando disfrutaba de un fin de semana
sistemático, lavando mi automóvil en la estación de servicio de mi
hermana Lola en el Puerto de la Cruz, mi otra hermana Fina me comunica
telefónicamente el triste tránsito de un hombre complaciente de la Villa
de La Orotava, profesor ejemplar de muchas generaciones, licenciado en Ciencias
Químicas Don Domingo Pérez Betancourt.
Le conocí como
a todos mis profesores del bachillerato, en los salesianos de La Orotava, daba
clase de Química y Física, y de él y su didáctica guardo imborrables
recuerdos. Acontecimientos que justificamos veinte y cinco años después
de graduarnos en bachiller superior, con la efemérides de las Bodas de Plata de
nuestra promoción salesiana, en la que volvimos a reencontrarnos en los pupitres
melancólicos de antaño, recibiendo evidentemente de nuevo la fraternal
enseñanza de Don Domingo sobre la composición del ácido sulfúrico (SO4H2 )
Primero te
llamábamos Don Domingo, después en la madurez, cuando compartíamos la
profesión, ya te llamamos Domingo. Por último, siempre te decíamos Domingo,
recuerdas aquellas tertulia en la placeta de Franchi Alfaro con Fernando Oliva,
hablábamos de todo, de lo de antaño y de lo de hoy, la discusión era nuestra
principal anécdota, hasta que un día apareciste quejándote de algo. Y esto fue
el inicio de lo que nunca pensamos, ni nos imaginamos. Una indisposición
angustiosa que respetamos de manera filosófica.
Domingo te
fuiste de nuestro lado para siempre, no podré olvidar aquellas tertulias en el
Llano, todavía me estoy acordando que te tengo que sacar fotocopias del antiguo
y desaparecido semanario "Canarias", donde se publicó tu boda en la
catedral de la Laguna, donde se publicó tu nombramiento como presidente de la
laureada Sociedad del Liceo Taoro, creo que tendré que hacerla para mandártela
al prodigioso paraje eterno, al paraje donde, tú has ido , al desparpajo en el
que convive el veraz reposo, el reposo de la paz y de la concordia.
Aquí dejó
entonces a una mujer maravillosa, una paradigma dama, auténtica profesora como
tú, trabajadora del sacrificado oficio de la docencia, ella, Doña Berta
Hernández Gutiérrez, para mi Doña Berta como cariñosamente le llamamos (ya está
con él arriba). Con ella estuvimos hasta tu despedida en tu casa de Nicandro
González Borges, en tu querida morada, en la que un día me enseñaste tu
colección de objetos antiguos. Creo Domingo que tu manceba señora guardó
celosamente tu fingido hogar simultáneamente con tus hijas; Rita, Berta y
Margarita, que no podrán olvidarte.
Domingo espero
que tenga en la eternidad aquella aula salesiana, donde aprendimos de ti las
composiciones químicas, donde aprendimos a ser hombres, a respetarnos y sobre
todo a coexistir en paz y fraternidad, no olvide que todos tu alumnos te
quieren, desde los salesianos a Icod de Los Vinos y desde Villalba Hervás a tu
propia mansión de la histórica calle "Verde" de La Orotava.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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