martes, 9 de enero de 2018

EL HERMANO TEODOSIO



En el mes de abril de 1956, se le rindió un homenaje al Padre Teodosio (ex -profesor lasaliano del colegio San Isidro de la Orotava). En un espléndido banquete, en el que resplandeció la hospitalidad e intimidad. A los postres hicieron uso de la palabra: los ex-alumnos Don Alonso Hernández García, Don Álvaro Martín Díaz (Almadi), el entonces director del colegio de San Isidro Don Pacifico Medina Sevillano, de la Congregación Salesiana y agradeciendo el homenaje lo hizo el Director del Colegio de San Idelfonso de la Capital Tinerfeña, hermano Martín Rueda. 
Todos los presentes revivieron estampas de un ayer, unido inconmoviblemente a los mejores recuerdos de los mejores años. Un ayer precioso, que para los asistentes era la infancia y para el maestro, la iniciación en los caminos de apostolado, tal como lo deseaba San Juan Bautista de la Salle, el cual tuvo que desvelar muchos caminos para que sus ex – alumnos pudieran mirasen cara a cara, tratando de identificar en cada uno de ellos, a aquellos que jugaban con pelotas de trapo, o aquellos otros que el hermano Teodosio  hacia poner de cara a la pared.
El padre Teodosio no concretaba, porque imaginar este acto, que le jugó muchas ilusiones, con innúmeros recuerdos. Una mezcla de paisaje y anécdotas se amontonaba en su imaginación. Tejadillo enano de la calle Verde, cajitas redondas de cartón, rojas y amarillas que se abrían el embrujo negro del regaliz, barbas venerables del Hermano Andrés, húmedas sonrisas del Hermano Cirilo, y entre todo esto, los alumnos, alborotando, aprendiendo las primeras limitaciones y empezando a soñar en los primeros actos propios.
Sabía el Hermano Teodosio - y todos aquellos imborrables maestros -  hacer la siembra necesaria para el rendimiento de tantos hombres honrados, de tantos nuevos padres de familia que, en esos momentos se sentían, otra vez, bajo el paternal mandato de su sonrisa, de su bondad y de su ejemplo. Esa fue la expresión alegre y profana, de merecidos homenajes a los padres, porque nadie pudo ver los altares levantado en sus corazones. Mirándose a los ojos, apuntalaron las columnas de su orgullo. El padre Teodosio fue el abanderado en él ejercito de hombres sencillos que no querían ir a ninguna parte, que no tenían más ambición que la de formar grupo  en unas legiones que antes, en el Colegio, llamaban Hombres de Provecho. En el homenaje se consagró algo de brujería, porque se sentía el rubor a pregonarse hombres de provecho. Se sentían unos escolares bulliciosos. Querían ser por el momento los ocupantes de aquellos pupitres. Los que iban de la mano, dos a dos, por la calle Verde, a las novenas de Santo Domingo. Querían rescatar los ecos. El padre Teodosio se emocionó ante el examen oral.  Mientras sus alumnos rebosaban la ilusión para que siguiera siendo el maestro, quien los calificara como hombre de provecho.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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