martes, 3 de abril de 2018

DON MIGUEL BUENAVENTURA ESPINOSA DE LOS MONTEROS Y RODRÍGUEZ


Fotografía correspondiente al final del siglo XIX, del templo parroquial y plaza empedrada totalmente de Nuestra Señora de la Concepción de La Villa de La Orotava.

Don Miguel Buenaventura Espinosa de los Monteros y Rodríguez, nació en la Puerta de la Güira -Isla de Cuba- el 14 de Julio de 1.838, administrándoles incontinente el Sacramento del bautismo. Apenas contaba cuatro años, cruzaba el Atlántico en unión de su padre Don Miguel Espinosa de los Monteros y Padrón y demás familia, con dirección a la isla del Hierro de donde era natural el autor de sus días, permaneciendo en ella hasta los doce años, edad en que de allí salió para ingresar en el colegio de San Agustín de Las Palmas de Gran Canaria, bebiendo en esta a grandes tragos la doctrina práctica de la fraternidad, de la filantropía y del sentimiento de lo bello que en alto grado poseía su madre Dª. María de Regla Rodríguez de Apórtela. Esta Señora fue la cariñosa mentora de su niñez; ella, quien le enseñó a leer y a escribir, e infiltró en su espíritu soñador y entusiasta el deseo vivísimo del saber y de poder ser útil a la sociedad. Estudió los cincos primeros años de la segunda enseñanza, sin contar uno dedicado exclusivamente a las clases propias de la primera instrucción, en el indicado colegio de San Agustín, viniendo luego a la ciudad de La Laguna para cursar en el Instituto provincial el último año del Bachillerato, donde también se gradúa. Pasó luego a la península en el año 1857, estudiando los tres primeros años de medicinas en la Universidad de Cádiz y los tres restantes en la central de Madrid, terminado su carrera en 1.861 con inmejorables notas, expidiendo por tanto el título de Licenciado en Medicina y Cirugía. Regresó seguidamente al lado de su madre y cuando creyó hacerla feliz con su trabajo, una enfermedad terrible la arrebata de su lado, dejándole sumido en la mayor tristeza, porque,  no lo dudemos, el corazón de Espinosa reunía todo lo inmejorable y durante su vida, solo  lo consagró a su familia para él tan querida, sí que también, a cuantos tuvieron la alta honra de tratarle.
Como médico ilustrado y práctico, mereció siempre el aprecio y distinción de toda su clientela, sin que por ello dejara de tropezar en el camino de su profesión con profundos desengaños a pesar de haber sido siempre un verdadero esclavo de la ciencia; desengaños más que nada, sufridos por su generosidad, consecuencia y rectitud que dispensaba a sus amigos.  Ocupó uno de los mejores puestos entre los literatos de este archipiélago, bastando para juzgarle, la lectura de su notable trabajo sobre elegancia leído en la Academia Médico Quirúrgica de Canarias, de la que era miembro, el magnífico discurso que así mismo leyó en la velada efectuada en el teatro de esta Villa el día 7 de Julio de 1.893 relativo a la influencia  de la mujer en el desarrollo físico, intelectual y moral de la humanidad, que elevó más tarde a la categoría de folleto y dedicó a las madres de familia, y el libro manuscrito, que como única herencia dejó a su desconsolada familia, con el  rubro “Ecos de mi infancia o Un libro para mis hijos”.
Poeta por inspiración, escribió los dramas Moraima y El Último Abencerraje, así como  muchísimas poesías, entre otras. El Reo en Capilla y El Torrero de Cayo Lobo, que honra nuestro parnaso canario. Desde joven se dedicaba al arte del periodismo difundiendo con su bien cortada pluma las ideas democráticas, llevando algunas veces las pasiones del corazón humano al terreno ardiente de la polémica violenta y acalorada; pero aún allí, juraba ante Dios, ante los hombres y ante el recuerdo de su madre que no procedía nunca de mala fe y que sostenía sus ideas impulsado únicamente por la fuerza del convencimiento. Publicó y dirigió en la Villa de La Orotava los periódicos El Cosmopolita, La Voz de Taoro y el Semanario de Orotava y en Santa Cruz de Tenerife, donde vivió corto tiempo, la notabilísima revista de higiene La Salud y El Ramillete. También colaboró en los periódicos La Federación, El Memorando, Diario de Tenerife, Revista de Canarias, La Orotava, El Valle de Orotava, El Teide, El Acicate de la Habana, y en otras publicaciones de Madrid cuyos títulos no se recuerdan. Desempeñó los cargos de Médico municipal de San Miguel, Guisar y la Orotava, del Hospital de la Santísima Trinidad de La Villa y de la Sociedad de seguros mutuos La Previsión. Fuepresidente del Liceo Taoro, de la secciones de literatura y declamación del mismo y miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de Tenerife, del Gabinete Instructivo de la Capital y de la Cruz Roja.  
Escribía Pedro Bethencourt y Picó, un artículo sobre este erudito doctor, titulado “HESPINOSAII”, decía: Sea cual fuere el juicio que se forme de sus opiniones políticas, La Orotava reconoce que él, hombre ilustrado y honrado, y que atesoró entre otras virtudes, la de La Caridad; se hizo muy digno del aplauso, y de la consideraciones públicas. Para sus amigos no había muerto, porque vivirá en ellos su memoria que durará lo que duró su existencia. ¿Como olvidar nunca su acrisolada virtud y aquellas acciones en que resplandecía su bondad y su ilustración? No se pudo nunca dejar de recordar sus últimos momentos en los que en medio de su agonía aun dirigía cariñosamente palabras a sus hijas dándoles el postrero adiós. En aquellos supremos momentos hubiera querido darle vida a toda costa; hubieran deseado apartar de sus queridas hijas el cruel dolor que sufrieron por su ausencia eterna, huérfanas, de su idolatrado y amante padre. Desde el lugar donde moras, ruega por los que en la vida le fueron buenos, pues mientras necesitaron sus inspiraciones, que como espíritu inmortal, podía sobrenadar en el piélago de la eternidad, donde todo se confunde y donde desaparece la vil materia.
Cándido León redactaba sus honras fúnebres: El día 19 marzo de 1.898 fue de verdadero duelo para La Orotava. Impresionando aún todos los ánimos por la sentida muerte del Dr. Espinosa, parece que la naturaleza quiso también tomar parte en el cuadro lúgubre y triste de aquellas horas. El cielo, diáfano generalmente, cubierto de negros nubarrones arrojando sobre el Valle torrenciales lluvias y desencadenándose amenazadora tempestad, dado el estado del ánimo, se tradujo en señales de despedidas dadas por la naturaleza en la fulgurante luz del rayo y el imponente ruido del trueno. Cesó la tempestad; y el pueblo de La Orotava acudió representado en todas sus clases sociales a rendir el último tributo al infortunado Espinosa. Pocas veces en nuestra vida, o más bien dicho, en ninguna, se presenció un acto que causara tanta impresión como el cortejo fúnebre que acompañaba a la última morada el cadáver de Espinosa. De una parte el triste aspecto de todo el pueblo reflejado en los semblantes, con la cabeza inclinada disputándose el llevar el féretro en sus hombros, y de otra el lúgubre tañido de las campanas y los acordes de la Charanga militar, cuyas bien interpretadas notas conmovían el abatido espíritu y hacían brotar de los ojos abundantes lagrimas. El duelo fue presidido por una comisión del Ayuntamiento a quien acompañaba además comisiones del Colegio de segunda enseñanza “Taoro”,  de los casinos, de la redacción de Iriarte del Puerto de la Cruz, representantes de la prensa de la  Capital de la Provincia, ciudad de La Laguna y Villa de Icod, y redacción del Hespéride y Semanario Orotava. El féretro iba totalmente cubierto de coronas, con sus correspondientes  dedicatorias, entre las cuales se recuerdan: La redacción de Iriarte, El Ayuntamiento de La Orotava, El “Liceo de Taoro” su digno ex - presidente, Los profesores del Colegio “Taoro” a su querido compañero, Recuerdo de sus hijos y hermanas. A Espinosa “Hespéride”, El Semanario de Orotava a su Director. Ya en el Cementerio; allí, donde concluyen todas las miserias de esta vida, sin poder articular los labios, ese último adiós que pugnaba por brotar desde lo más íntimo del alma, solo tuvieron fuerzas para acercases a la fosa y depositar en ella un puñado de tierra regada con el llanto y con la angustia de una eterna despedida.
Eduardo Dolkowsky desde La ciudad de La Laguna, escribía: Que carecía de la elocuencia necesaria para expresarse de la dolorosa impresión que le causó la muerte de Miguel Espinosa. Era un hombre honrado en el más alto sentido de la palabra, y sus actos correspondieron a los ideales por él sustentados. Su pérdida fue por entonces irreparable evidentemente para sus hijos doblemente huérfanos. Porqué ¿quién puedes remplazar a una madre y a un padre? Por eso hay dolores que ni siquiera el tiempo logrará mitigar. Los consecuentes conciudadanos de Espinosa, deudores a sus valiosos servicios, allanaron a los hijos del muerto  el penoso camino  de la vida. Los amigos del hombre cuya pérdida se lloraba, lo echaron muy de menos, y especialmente en las negras horas de tristeza y desesperación, cuando cansados de la mentira y de la suciedad moral que les rodeaba, le hicieron insufrible en la vida, buscando un alivio a su acongojado corazón y en estrecharle la mano a ese hombre de bien.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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